lunes, 1 de abril de 2019

Jacinda Ardern, "el sueño sigue vivo"

por Santiago Mariani

El 15 de marzo de 2019 se desató en Nueva Zelanda, un país reconocido por su apertura a la diversidad y hospitalidad con los inmigrantes, la peor tragedia de su historia como nación. En esa jornada un supremacista blanco descargó su odio en la mezquita de Al Noor, en la localidad de Christchurch, contra los feligreses que, con motivo del día del rezo de los musulmanes, se encontraban allí celebrando pacíficamente su culto religioso. La masacre con las armas semiautomáticas que utilizó el atacante comenzó en Al Noor y prosiguió en la mezquita en Linwood. Hubo 49 víctimas fatales y 48 heridos de distinta gravedad como consecuencia de los actos terroristas. 

El responsable de esta indiscriminada masacre, planeada y premeditada durante dos años según informó la policía de nueva Zelanda, plasmó las razones de su delirante proceder en un manifiesto de 72 páginas en el que apunta contra el supuesto peligro que entraña para los blancos la “invasión” de inmigrantes seguidores del islamismo.

La tragedia conmovió los cimientos de la sociedad de Nueva Zelanda. La primera ministra Jacinda Ardern se dirigió a sus compatriotas desde el Parlamento con un discurso sereno, empático, pero firme.  En su alocución señaló que el principal sospechoso de la barbarie, un hombre blanco de 28 años enfrentaría “toda la fuerza de la ley de Nueva Zelanda” y que los familiares de los caídos encontrarían justicia. En otro emotivo pasaje remarcó su negativa a pronunciar el nombre del atacante: “El puede haber buscado notoriedad, pero en Nueva Zelanda no le daremos nada. Ni siquiera su nombre”.  La original propuesta estuvo acompañada de un pedido al resto de sus compatriotas de nombrar y recordar solamente a los que perdieron la vida.

Después de su discurso, la jefa del gobierno se abocó a llevar consuelo a los familiares de las víctimas. En las imágenes que se difundieron se la puede ver abrazando a los deudos, con ojos llorosos y susurrando palabras de alivio mientras lleva el yihab en su cabeza como señal de respeto. Su mensaje de consuelo estuvo acompañado de declaraciones públicas en las que enfatizó que la comunidad inmigrante atacada formaba parte de su país, “ellos son nosotros”. Además de las diversas muestras de compasión que realizó en persona, visitó a líderes musulmanes a los que aseguró, según trascendió, que su principal tarea consistiría en “garantizar su seguridad, su libertad de culto y su libertad para expresar su cultura y religión”.

La concordia ensayada por Ardern a través de declaraciones y gestos apaciguadores marcaron el tono de la respuesta de su gobierno ante la barbarie. El ejemplo contagió e inspiró a sus compatriotas que respondieron con gestos similares hacia la comunidad musulmana. La actitud de su líder, en momentos de zozobra y desesperación, parece haber sido crucial para que los ciudadanos desplegaran sus mejores valores a través de muestras de compasión, respeto y consideración con sus semejantes.

Pasaron solo unos pocos días de la tragedia para que una decidida primera ministra anunciara medidas concretas destinadas a evitar que las armas semiautomáticas y automáticas, así como los accesorios que las convierten en esa condición, puedan caer nuevamente en manos de cualquiera. Su actitud marcó una diferencia con los líderes de otras sociedades países que vienen siendo jaqueados, desde hace años, por ataques con armas de guerra y que a pesar de este flagelo los intereses particulares logran frenar cualquier intento de regulación. En Nueva Zelanda la primera ministra ha decidido rápidamente priorizar los intereses generales de su comunidad para evitar o minimizar la posibilidad de un nuevo ataque.

La implementación de la prohibición anunciada rondaría entre los 100 a 200 millones de dólares, un costo que están dispuestos a asumir en este país para lograr mayor seguridad. La medida impulsada por la primera ministra, que entraría en vigor en el mes de abril, implica afrontar varios desafíos para su éxito como recuperar el armamento de grueso calibre que se encuentra en manos de los ciudadanos de Nueva Zelanda, que superarían el millón de unidades, o impedir una compra frenética de nuevas armas antes que comience a regir.

Además de las medidas impulsadas, Ardern también se pronunció sin tapujos sobre la necesidad de mayor control y la responsabilidad que deben asumir las empresas que gestionan las redes sociales. La premisa de la primera ministra sobre la regulación del uso de las redes representa una clara toma de posición frente a los que defienden una irrestricta libertad de expresión. Hay creciente evidencia de uso propagandístico de las redes sociales con fines de odio, violencia y fanatismo. La capacidad de alcanzar audiencias de fanáticos en muchos lugares podría explicar de alguna manera la relación de cierta causalidad entre un uso malicioso de las redes sociales con el avance de opciones políticas reaccionarias basadas en plataformas que propugnan el rechazo a la inmigración, el nacionalismo xenófobo y la negación hacia la diversidad.

El mensaje conciliador, integrador y de respeto hacia la diversidad esgrimido por Jacinda Ardern como respuesta a la brutal masacre en su país, ha despertado admiración y esperanza en diversas latitudes. Su valiente prédica y las medidas impulsadas van a contracorriente de una marea política que jaquea desde los extremos con propuestas regresivas que promueven una agenda divisoria, de exclusión y promoción de intereses particulares en contra de los intereses generales.

El ejercicio de liderazgo que está desplegando, a tono con sus creencias, es un faro que vuelve a poner luz sobre la empatía, el cuidado y respeto hacia la diversidad, un valor que nos distingue como seres humanos, pero que viene perdiendo brillo ante propuestas reaccionarias que encarnan jefes de gobiernos autoritarios que encandilan a seguidores en varios países con sus propuestas retrógradas.

Los vientos que soplan generan un contexto en el cual resulta más cómodo acoplarse a la tendencia política que propone respuestas simples y efectistas a problemas complejos. La alternativa que nos propone esta joven política de Nueva Zelanda la coloca, por el contrario, en un lugar de cierta incomodidad porque supone movilizar a la ciudadanía a enfrentar estos desafíos de otra manera, sin complacencia ni atajos, asumiendo lo mejor de la condición humana y todo aquello que nos hace civilizados. La forma de ejercer liderazgo de la primera ministra de Nueva Zelanda nos recuerda, parafraseando al senador Ted Kennedy, que “el sueño sigue vivo”.